A veces pienso en dedicarle un ratito al día a esto, a publicar aquí en modo diario. Luego se me pasa. Es una idea fugaz como el pajarito de las mañanas: llega, reposa y se va. Lo que me pasa es que a veces siento miedo de esta reflexión diaria, de expresar lo que siento o pienso del mundo. Pienso en mi familia como un acto reflejo, y quizá eso no ayude. También pienso en la inestabilidad de las sensaciones que me producen las cosas y las personas. Me contradigo porque pasar toda una vida en el caballo blanco de la idealización no es fácil. Una se baja y se empapa de realidad, y la realidad, bueno, la realidad no es que sea fea, es solo que el caballo blanco te lleva a sitios tan bellos… No lo sé, a veces me digo que prefiero estar sola con este caballito y cabalgar lejos, me digo que sólo yo voy a entenderme y que quizá no esté hecha para toda esta cotidianidad, que la vida quiere atraparme con sus quesitos tiernos y sus bonos de posmodernidad hueca. Y por miedo a vivir dentro de todos estos convencionalismos, siempre acabo huyendo.
Es feo que la propia vida está hecha para no encontrarse, pero una vez tienes conciencia del circo es imposible dejar la ambición de ser quien eres a un lado. No te queda otra que huir. La huida conlleva soledad, sufrimiento, despersonalización. Es como el regreso a Ítaca. Hay que ser fuerte y conservar el amor como una pequeña raíz. Echo de menos Barcelona, la ventanita a la plaza George Orwell. Me gustaría estar allí y ver a los yonkis pasar, a los manteros, incluso a las putas del barrio las echo de menos. Ahora necesito a mi caballo blanco, siempre es más fácil cuando él está y me lleva campante a donde quiera. Cualquier lugar sin ley es un lugar seguro, cualquier tipo de seguridad una trampa. Me va a costar toda la vida aprender a vivir del aire, pero estoy en calma y sin prisas. Estoy en calma y sin prisas. Mi única ansia es no ansiar. Y respiro y respiro.