Si yo pudiera explicar lo que tengo en la cabeza. Si yo os contara que me he despertado con la mano en la cabeza pensando que si pudiera….yo, explicar-me. Si pudiera explicarle a alguien cómo me siento a veces, cada dos por tres, cada cien por tres, cada siempre. Si yo entrara a una cafetería y pidiera café con leche y todos los sobres de azucarillo, probablemente el camarero me diría, con su camiseta negra y sus ojos negros:
–No puedo.
–¿No puede qué?
–El azúcar –me diría.
En vez de decirme:
–Pides demasiado, no tengo tanto amor.
Y yo me quedaría así, con la mano en la cabeza, como en mi cama.
A veces “tan poco” es “demasiado”. A veces que te quieran se vuelve la cosa más lejana del mundo, pero es una misma la que se aleja. Y me quedaría así, con mis ojos marcando el tic tac del reloj con sus agujas del tiempo. La madera de la barra: gruesa, infinita, agrietada como los huesos de mi alma. Todo es una metáfora de la emoción y al final la emoción es química. Detesto que el sentimiento pueda ser explicado, desplegado desde las manos de un médico o de cualquiera que haya perdido la fe. Pero si tan solo yo pudiera describir cómo me siento… el amor que me falta… Ah. No puedo. Hay miradas esquivas ahí afuera y no estoy preparada para sostener los ojos en dos pupilas que me abandonarán de pronto. Pedirle amor a alguien que no sabrá dármelo. Soportar de nuevo la pérdida.
Quizá todos tengamos miedos y contestemos poniendo las largas del pecho para volver a apagarlas atropellando el vacío.
Hace daño lo que brilla por su ausencia.
El vacío.
La nada.
Son palabras huyendo aun sin huir.
Quizá perpetúe mi carencia por miedo,
pero mi miedo siempre tiene la razón:
es demasiado grande este hueco.