«Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta».
Juan Rulfo
Mierda. He visto un ratón aplastado en el asfalto. Como plastilina. O era una rata. «Una rata de esas gorda y gris», ha dicho el señor. El señor de la panza gorda y gris. «No quiero mirar otra vez, no quiero», he pensado. No, vamos. Sigue caminando. Acababa de ver una acrobacia de juegos pirotécnicos en un barrio adosado al centro. Fuegos artificiales. Habían cortado el paso por la cuesta. Me había quedado contemplando el espectáculo. Sonaba a coto de caza. Cada pum. Pum. Pum… Pum. Me había parecido entre hermoso y violento. Había tratado de entenderlo. Había querido desintegrarlo al tiempo que se desintegraba a sí mismo. Pero la mente no es tan rápida. Luego el humo ha caído sobre los transeúntes. Ha sido la celebración de la muerte de la rata gorda y gris. Cuando la he visto cien metros después lo he sabido. Pum, pum…. Pero el señor no lo sabía. Seguía andando por mitad de la carretera con toda su convexitud. De saberlo, tampoco lo habría apreciado. Y sin embargo él muere a cada instante. Se mata. Pero no sabe que es un sueño. Como no lo sabe, se mata. Se engorda de gris. Ah. Si lo supiera. Su barriga crece para acercarse a la vida, para retenerse aquí, pero en verdad se aleja. Esto es un sueño. No es distinto al sueño de la noche. Es igual de simbólico. Sí. Llevo en una bolsa de plástico tres libros. En sus tapas se puede leer Bhagavad Gita, Shadana, Metafísica. Me los ha vendido un hombre humilde con su perra llamada Mina. He visto un anuncio en la parada de un bus: «Cada momento tiene su crucero«. Había dos personas que sonreían haciendo el vitruvio romántico. Titanic. Cada momento tiene su Titanic. «Crucero. Cruza el mar. Sumérgete», me he dicho. «Pero no estaban enamorados». Era otro sueño. Me pregunto si hay sueños dentro de un sueño. O todo es el mismo sueño desplegándose, soñándose a sí mismo. He entrado a una pastelería y no sabía que muffin elegir. Me ha parecido excéntrico que las personas compremos bolas de harina que tienen distintos sabores. No lo sé. Me ha gustado la palabra amapola cuando la chica la ha pronunciado: «Frutos del bosque y amapola». He querido ir a Hogwarts. No lo he pensado en plan realismo mágico a lo Juan Rulfo. Lo he pensado siendo muy consciente de que era un pensamiento dentro del sueño. Suena bastante fantasioso, pero lo he sentido robótico. Al parecer estoy viva; hagan sus apuestas. La chica ha puesto la magdalena en una caja. He seguido andando. El Corte Inglés era transparente –hablo en pasado para observarme dentro del sueño–. El corte Inglés no tiene misterio –hablo en presente porque estoy dentro de un sueño–. Se vende como una víscera. He visto patas de cerdo colgadas en fila militar. He visto copas de cristal poca abajo también fila militar. Un rito a tierra abierta. Un grito. Me pregunto por qué veo lo que veo. Por qué mi mirada se posa en ciertas cosas que me recuerdan mi estado interno. Me asusta este juego. Es fascinante, pero tiene algo brutal. Cómo la escritura. Me pregunto con qué ojos estoy viendo. Con qué ojos escribo ahora que escribo. Me pregunto qué hay detrás de mis ojos. Me pregunto si detrás de mis palabras están mis ojos o mi miedo. Quiero bajar a mi corazón y ser roja antes que blanca. «Blanca como la nieve, roja como la sangre». Eso lo leí en un libro sobre la leucemia. Quiero llorar sin llorar. Quiero ser la pulpa que crece y es pulpa. Y no saber lo que soy pero serlo. Al llegar a casa he abierto la caja de la muffin: «La vida es corta, disfruta del postre primero». Ni siquiera me ha deprimido. La vida está al revés. No puedo disfrutar de algo pensando que la vida es corta. La vida es infinita, es el único modo de disfrutar de ella. He cortado la muffin por la mitad. Magda y Elena. Soy tonta. Me persigue la barriga gris del hombre que desprecia la rata. Siempre me culpo. No puedo escapar de lo que no dejo de ver en todas partes. Estoy soñando que existo. Y que además existo como yo quiero. Es demasiado fuerte como para soportarlo. Es una broma. Es insostenible. ¿Cómo es posible que pueda sostener todo esto? No lo sé. Quizá haya escrito siempre por eso. Pero la Nostalgia no existe. Ah, es precisamente así. Creer que estoy más cerca de algo, que mi experiencia adopta cierta textura, cierta forma… Y que no exista. Siempre parezco más triste cuando escribo. Nunca llego a decir en voz alta lo que temo. Por eso quiero llorar. Pero como no lloro no dejo de ver lo que no lloro. Y sé que es un sueño. Me pregunto qué significará ver una rata aplastada en el asfalto. Sé que es un sueño.
Muy bueno desde el punto de vista literario y existencial.