Lo romántico es superar lo ordinario con pequeñas dosis de imaginación. Extrapolar la belleza de lo indómito a paisajes del día a día, como los platos del fregadero, la tierra del cactus en la encimera o la ventana sucia. Ver a tu pareja como un batido de fresa o un plato de hortalizas.
Darle un sabor nuevo a los besos que se posan con desidia en tus grietitas, salivar con amor la rutina del deseo, creer que los besos saben a miel, saber que los besos saben a miel, amar la miel de los besos viejos.
Adornar las calles descascarilladas con la dulzura de saberte viva, como un lienzo de Pollock derritiéndose en la escultura más triste. Abrazar la gama de colores, adornar la ebriedad con la guirnalda de oro, apoyar los dedos de tus pies para que las huellas sean bonitas, sonreírle una y otra vez a alguien que no nos sonreíra jamás.
No entrar al juego de quienes sangran solos, barnizar indefinidamente la inocencia que el mundo nos mancha y derribar con sencillez todo condicionamiento. Liberar a otros de tu propio miedo, bendecir el miedo, convertir el miedo en mariposa. Desencadenar al cuerpo desde la libertad del pensamiento… y bailar, seducir las plazas, bailar, reír, ser aire, bailar, con el vuelo de una falda, bailar, con los pies, con el alma, bailar:
la belleza está tan lejos
como tú te alejes de ella.