Quiero presentarte a alguien. Es una persona que conocí hace poco. No sé cómo hacerlo. Él es especial. No es sencillo adivinarle. Siempre parece tener la vida planificada como las quinielas. Es un trampa, yo misma me lo advertí: “No es fácil la manera en que la ola se esconde”. La última vez que lo vi llevaba una camiseta azul y unos pantalones rojos. Miraba por la ventana. Miraba por la ventana como quien no mira nada. Es por eso que la vida parece tan simple: colores básicos, respiración constante. Pero el tren paró en una estación que no existía. Siempre me han gustado las personas así. Él me contó cosas de su pasado. Me contó que solía posarse en los vértices, así que asumí que era un pájaro de la familia de los Neornithes. Me gustaron sus alas y su silencio. No era un silencio común, era un silencio sencillo. Tan lejano que podría haberlo alcanzado al estirar la mano. Pero no es romántico. Es el sueño de una niña subida a un vagón. Cuando me desperté eras un emperador romano. Me pediste perdón por algo que no recuerdo y entonces el niño eras tú. Sonreíste como el paisaje de una vieja victoria. “No quiero tu pasión, quiero tu misterio”, pensé. Porque siento morir el cerezo al crecer y estoy asustada de la culminación. Me iré antes de que la semilla brote. Nunca he sabido hacerlo de otro modo. Mi corazón es torpe. Siempre se está riendo de todo. Se ríe porque no sé andar. No importa. Hoy ha llovido y estaba feliz. No suelen gustarme los emperadores romanos, pero vestías de rojo y azul y ahora te recuerdo tan lejano como el misterio que he anhelado siempre.