«En las cosas profundas e importantes estamos terriblemente solos». Lo dijo R. M Rilke. Posiblemente a sí mismo. Lo debió susurrar una noche en la oscuridad de su cuarto y al escucharse, conoció la soledad. La saludó, le dijo: quédate a dormir. Él también estaba vacío. Lo separaron de sí mismo al nacer. Y la culpable de tal crimen fue su madre. Vacío porque nació biológicamente niño y fue soñadamente niña. Vacío porque mamá le ponía un gran lazo rosa en la cabeza y luego le lloraba encima. Vacío porque un niño de tres años no entendía tal performance. Vacío porque un niño de seis años quería jugar con el balón y desnucar a las muñecas.
Aquí el origen del trauma: una madre eufórica de mentira y frustrada de verdad. Aquí el trauma de poeta: el puzzle deschecho, la despersonalización absoluta. ¿Hacia dónde va uno si no es?, ¿hacia dónde va uno sino hacia quién fue antes de no ser?,¿hacia dónde va uno si nada más nacer le despojan de su identidad y le lanzan al mundo? Rilke se pasó la vida buscándose a sí mismo. Y como su madre no lo aceptó niño, tuvo que buscar otras madres. Y a estas las encontró ricas.
La andanza de Rilke es una oda al eterno vacío. Vacío porque no había amor en los bustos encorsetados de todas las plebeyas a las que conquistó. Vacío porque ningún objeto de este mundo había conseguido contentar su alma. Quizá unos meses, hasta lo que podía estirarse el engaño, la materialidad le había otorgado cierta saciedad de transeunte del desierto.
Pobre Rilke, lo imagino tedioso de aquellas uñas de porcelana, protegiéndose luego de unos ojos redondos que querían adorar al poeta prematuro. No, no aspiraba él a esa pasión superficial.
Su amante Lou decía que Rilke enamoraba y huía, y entonces «el amor vivía en las palabras y moría en las acciones». Rilke huía porque lo que el ansiaba era ser profunda y maternalmente amado.
Su colección de mujeres podría haberse expuesto como la perfecta colección de mujeres del terror. Y sin embargo, aunque no se lo chivara Sabina, él las amaba a ratos. Las amaba a ratos porque eran cultas y no le disfrazaban de niña pomposa como su madre. Las detestaba luego porque ninguna de ellas era su madre. Si su madre no lo hubiera enjaulado en su propio deseo, quizá Rilke habría sido ingeniero, pedagogo o taxista.
Pero como dijo Matute, «la infancia es más larga que la vida», y duró la de Rilke. Rilke hizo de su infancia, poesía; y de poesía hizo su vida. Y si algo tiene que agradecerle y reprocharle profundamente a su madre es que hoy todos podamos entrar a una librería y encontrar allí su infancia intacta para imaginar la vida que pudo ser y no fue, para entender que la poesía a veces no es poesía sino el fruto del más absoluto vacío.
Citando a Ana María Matute: A veces la infancia es más larga que la vida.
Por otra parte la soledad puede llegar a sentirse como una luz, fría y lejana, pero a la vez clara e inspiradora.
Me alegra ver que sigues escribiendo.