Cargo en mí a una anciana que no es mía y soy yo. Cubre a una niña arpía. Fusilaron a esta niña cuando la guirnalda de pubertad clavó en su frente la existencia, y sangró su valentía. Nació así esta anciana prematura en una habitación de cenefas con ositos y un armario que convertía la soledad en viajes hacia el frío. Desde entonces han pasado mil años que apenas parecen días, y la convivencia es insoportable. Transcurre entre lo banal y lo místico, duermo en salas de espera que simulan una partida o una llegada. No sé a dónde. Han pasado tinieblas, pájaros desconocidos, y tantas veces he confundido a la niña con la anciana, y tantas veces me he olvidado —siempre— de la mujer que vive en medio.